Rogelio Miró, bisnieto de magos y poetas, cocinó en una olla llena de leche de palma y zumo de cañafístula tres libros (una vieja "Gramática" de Bruño; la "Breve historia del tiempo" de Stephen Hawking; y una Colección de caricaturas de Wilfi Jiménez). Mientras hervía el extraño menjurje de arte, ciencia y humor, revolvió con destreza de manera que no se pegaran las hojas en el fondo. Cuando estuvo a su gusto, apagó el fuego y dejó que se enfriara el guachito de papel. Sirvió en una taza media proción del licuado de letras y, con los ojos cerrados, la pasó varias veces antes sus narices para sentir el aroma (se le antojó que así debía oler el aliento de un mandril lactante). Luego, murmurando frases mágicas, llevó la taza a los labios y bebió de un sorbo su contenido.
Era un hechizo largo tiempo planeado.
Apenas tragó la poción, todo el oro de Fort Knox, amorosamente coleccionado por los norteamericanos durante cientos de años, en un acto de desafío a la gravedad y la distancia, pasó a la República de Panamá. Como no había ordenado dónde depositarlo (las bóvedas del Banco Nacional eran muy pequeñas), el oro se estibó por su cuenta en una de las esclusas del canal, llenándo tres cuartas partes del mismo.
Espantado por el augurio que siguió al prodigio (Colombia reiniciaría su demanda del territorio panameño y Estados Unidos prepararía una especializada invasión porque se obstruía la vía acuática), Rogelio Miró disolvío el hechizo al provocarse un vómito que le salió de la boca en forma de página. La desenrolló y pudo leer esta historia.
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© 2008, Ernesto Endara
Tomado de la Revista MAGA (Panamá, mayo-agosto, 2001).
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2 comentarios:
¿Qué sería de nosotros sin Neco?
ohhh.. agregado a mis favoritos!!
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