En un país muy lejano, había una zona de construcción que siempre rebosaba de obreros, todos de raza pura y con cascos. Esa zona de construcción era la indignación de toda mujer que pasaba por ahí, porque estos obreros eran excepcionalmente lujuriosos, vulgares e irrespetuosos (aunque, en su defensa, no era culpa de ellos, así los habían maleducado). Ninguno de ellos era un Adonis, aunque sí había uno que se llamaba Adonai.
Para estos hombres, y para muchos otros, la mujer era lo más hermoso de la creación. Siempre y cuando estuviera desnuda y fuera joven. Ellos no considerarían hermoso a una mujer desnuda, de 450 libras, que tenga 92 años. Mire, tenga cuidado con lo que dice, porque se necesita muy poco para hacer que estos machos se rasguen las vestiduras y lo envíen a la hoguera por fariseo hipócrita.
Una tarde pasaba por esa zona de construcción una joven secretaria llamada Amapola Cipreses. Su triste uniforme de mini falda y tacones atrajo miradas, silbidos y besos de los obreros con cascos; en esos momentos algunos cargaban ladrillos, y otros a su capataz. Amapola Cipreses caminó lo más rápido posible entre ellos, con la mirada baja, sintiéndose humillada hasta los ovarios.
A la semana siguiente, tuvo la desgracia de verse obligada a pasar por ahí otra vez, cuando estaba oscureciendo. Justo iba a ponerse a llorar de vergüenza cuando descubrió aliviada que en la construcción quedaba un solo obrero, Adonai.
"¡Adiós, Cosita Rica!", dijo Adonai, y le tiró un beso escandaloso, como si ella fuera de su propiedad. Amapola Cipreses se indignó, apretó bien sus óvulos y taconeó hasta el iluso obrero. Acercó su cara a la de él e hizo lo mejor que pudo hacer: "¡AYÚDENME! ¡ES UN VIOLADOR! ¡PERRO, PERRO, PERRO!". Gritó desgarradoramente, y se puso histérica, de modo que llamó la atención de todos los que estaban en los alrededores: transeúntes,vecinos y conductores. También había un policía insignificante, que no pudo hacer más que alejar a Amapola Cipreses del tumulto que se estaba formando.
Lincharon al obrero, ¿sabe? Y Amapola Cipreses no tuvo remordimientos. No iba a despilfarrar su bajo salario en pagar psicoterapeutas para curarse del daño emocional que resulta de la violación del espacio personal femenino.
"Estúpida bolsa seminal", fue lo último que dijo sobre Adonai, mientras se desembarazaba del policía insignificante y seguía su camino. El policía insignificante sólo contemplaba estupefacto la escena de justicia callejera, porque era tan insignificante que no podía hacer nada. Y realmente no valía la pena. De todos modos, había mucha gente que necesitaba trabajo, y una plaza libre nunca estaba de más.
Cualquiera la llamaría feminista, pero eso sería una exageración, si toma en cuenta que no lo era.
"Sólo un hombre tiene derecho a piropearme, y ese es el hombre que yo escoja como compañero de vida", dijo Amapola Cipreses, que era lesbiana. Y desde ese día lleva una piedra, gas pimienta y un aparatito de choques eléctricos en su cartera, junto a su maquillaje y sus toallas femeninas.
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© 2008, Ligia María Orellana
Tomado de "Combustiones espontáneas" (Talleres Gráficos UCA, San Salvador, 2004)
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1 comentario:
Sencillamente impresionante. Felicitaciones, Chente.
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