El personaje llegó y yo no sabía qué hacer con él. Su mirada larga y profunda encaró mis pupilas.
—¿Y ahora qué? —parecían decir sus ojos pardos.
Al moverse, su saco se abría y aleteaban las solapas a ambos lados de su cuerpo, como si fuera a salirse de los límites de lo concreto, de lo conocido, de las equivocaciones de Freud, dándole una sensación de libertad que me capturó desde el primer instante.
Me sonrió y pareció que el cielo se abría. No pude más que sonreírle a esa alegre sensación que hizo vibrar mi cuerpo con una oleada de felicidad inexplicable.
Sus ademanes dibujaban su carácter. Había fuerza en su manera de colocar la silla del pequeño restaurante, en la que se sentó. Confianza y abandono en el modo de dejarse caer en el asiento, sin recoger las piernas, permitiendo que éstas se extendieran hasta donde querían, a pesar de la firmeza con que su columna se acomodó al espaldar. Todos sus gestos eran tan sueltos y naturales, espontáneos y sincronizados, igual que el germinar de una semilla.
Me miró otra vez y no pude iniciar la conversación. Las palabras huyeron de mi memoria, atropelladamente, dejándome la boca vacía. Sonreí nerviosa y mi mano derecha se movió como un molino, tratando de explicar.
—Perdí el hilo del pensamiento —dije.
Pareció comprender mi actitud mientras me horadaba con su mirada.
Entonces hablamos. Dijimos todo lo que no nos interesaba decir. El tema era literario. Teníamos posiciones encontradas.
Disfracé con palabras de artificio mis verdaderas emociones. ¡Quería decir tantas cosas! Las ideas, desvestidas de sonido, quedaron atoradas en mi garganta.
Él había surgido de pronto de la nada, como un producto de mi imaginación, pero desde el principio se manifestó íntegro; mi manipulación no lo alcanzaba. Palpitaba con los latidos de su propia vida.
Entre las palabras dichas circularon las que no pronunciamos, en una conversación paralela que se expresó sin voces, con la cadencia de nuestros movimientos, miradas, gestos, sensaciones; energía íntima dentro de un código secreto improvisado.
—Yo escribiré este cuento a mi manera, no a la tuya —me comunicó con el destello de su mirada fija.
Repentinamente, el escenario cambió. Ahora estábamos en una
casa.
Lo observé curiosa y sorprendida. Mi historia, sin cercos ni paredes, ya estaba preparada hasta el final.
La había tramado con la precisión que da lo conocido. No quería perder el control. La presencia de él exigía cambiarlo todo. Sería preciso comenzar de nuevo. ¿Podría volver a hacerlo?
—Esta es mi historia —reclamé casi sin fuerzas, a pesar de mi carácter, hasta antes de ese momento, inconmovible.
—No, es la tuya y la mía —contestó con suave aplomo y abrió los brazos.
Fui hacia él.
Cerré los ojos, apoyé mi cabeza en su hombro. Me abrazó tierna pero firmemente. Desabotonó uno a uno los botones de mi blusa, y así, sin prisa fue despojándome de todos mis vestidos.
Completamente desnuda temblé en sus brazos. Y con sus besos escribió, pausadamente, en cada espacio de mi piel la nueva historia.
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© 2007, Victoria Jiménez Vélez
Tomado de "Realidades y otras fantasías" (UTP, Panamá, 2007)
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1 comentario:
Magnífica historia. Sorprendente, distinta. Metaliteratura.
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