Cuenta mi madre que hubo una vez un ogro. Vivía aislado del mundo, lejos muy lejos, en el bosque donde aún había venados y se escuchaban los gritos moribundos de los violentos. Vivía en una cueva donde reinaba el polvo. Nadie movía nada y cuando algo por casualidad cambiaba de lugar, pizcas infinitas se encargaban de delinear con perfección el vacío. Mucho se contaba de él. Decían que en tiempos de su mocedad, cuando la guerra obligó a tomar partido, se había llevado a muchas mujeres. "¡Para esclavizarlas!", contaban algunos. "¡Para comérselas!", añadían los más hambrientos. Lo cierto es que todas las mujeres habían regresado al pueblo ilesas y algunas incluso satisfechas. Sin embargo, enmudecían cuando se les preguntaba qué había pasado allá, en la frontera de los gritos moribundos, en el abrazo de un ogro. Todas, sin excepción, se ruborizaban y un mutismo se apoderaba de ellas casi hasta el éxtasis. Mi madre dice que callaban de vergüenza... ¿Cómo contar, en tiempos de lucro y silencio, que fueron mimadas hasta la inocencia, que hubo días felices donde fueron poseídas sin duda y sin certezas por un triste hombre valiente?
---
© 2007, Zyanya Mariana Mejía
Puede conocer más de la autora [[AQUÍ]].
1 comentario:
Me parece una historia con una fina ironía: "fueron mimadas hasta la inocencia", "fueron poseídas sin duda y sin certeza". ¿Fueron poseídas o no? Creo que sí, para el placer de muchas.
Publicar un comentario