El joven retozaba con la mujer del juez en el mismo lecho conyugal. Cuando notaron que alguien entraba en la casa abriendo la puerta con su propia llave, ella se espantó:
—¡Es mi marido, Dios mío! ¡Escóndete, escóndete!
Entonces él —como proceden los perros para pasar por un sitio estrecho— se hizo lámina, y se puso a salvo introduciéndose en el mismo hueco de donde había emergido hacía veinticinco años.
El auténtico drama se planteó cuando el juez quiso hacer uso de sus prerrogativas conyugales.
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Myriam Bustos Arratia
Tomado de "Microficciones" (Editorial Tecnociencia, San José, 2002)
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2 comentarios:
sere muy turra? no entendi el cuento...
saludos
viviane
Terminé de leer el cuento y a los dos segundos me reí y lo vi claro. Me divirtió. Un abrazo, Chente.
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