Te veo, no te veo. Te veo, no te veo. Te veo, no te veo... Me decía Marito mientras se tapaba y destapaba con las cortinas azules de mi alcoba. Te veo, no te veo. Te veo, no te veo. Te veo, no te veo... Él con su canturreo y yo embebida en mi cama con una obra de Lorca. Te veo, no te veo. Te veo, no te veo. Te veo, no te veo... Shhhhhhhhh. ¡Calla, Marito! ¡Déjame leer! Y así lo hizo. Al poco rato, me percaté de que ya no estaba. En su lugar, encontré un diminuto gorro azul. Desde ese día no he vuelto a saber nada de mi pequeño hijo. ¡Lo extraño tanto! Pero, ¡tanto! Y aunque todavía no pierdo las esperanzas, me conformo con verlo todas las noche mientras lo sueño (y no sé por qué) comiendo caramelos con un duende.
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© 2007, Annabel Miguelena.
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3 comentarios:
Aha! Y tenia que haber un duende…que buena manera de comenzar la mañana, estos cuentos. Otra razón para que el viernes sea el día favorito de todos.
Annabel, crecí con esas historias, a pocos kilómetros de donde creciste, de forma tal que dentro de mí hay mucho de ese minirelato FULMINANTE que nos has disparado.
Un abrazo!
Annabel es un fresca sorpresa en la literatura panameña. Su prosa tiene el ritmo, la cadencia, y el conocimiento íntimo de la tierra y la gente de Azuero.
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